Si de algo soy el ejemplo, es de lo que NO hay que hacer.
En mi adolescencia tenía pensamientos frecuentes, en los que me comparaba con tal o cual compañero de clase, a los cuales consideraba más afortunados que yo por una u otra cuestión.
Y soñaba por momentos por haber nacido en su piel, y no en la mía.
Luego con el paso de los años, y la veintena, empecé a considerarme una persona cada vez más afortunada, a pesar de todas mis dificultades con las que me fui topando (algunas discapacidades y otros problemas de salud), y me sigo topando en mi día a día.
Me ha dolido siempre en demasía, el reduccionismo con el que algunos, que sin conocerme, o sin querer conocerme, ha n llegado a algunas de las siguientes fáciles conclusiones de mí: “Total, como es un loco…”, “No ves que está loco, déjalo…”, “Estás como una puta cabra Agustín”.
Y es que aún habiendo hecho gala de ello en ocasiones, dentro de mí, yo no considero que lo esté.
Lo que veo que a mí me ocurre, o me ha podido ocurrir, al mismo tiempo es demasiado común en muchos de los círculos sociales en los que he convivido, y no por ello esas personas cuelgan con un papel-diágnostico que les avale como tal. Yo sí.
Así que llegó un momento, en el que tuve que hacer parte de mi vida tales adjetivos.
Mi gran problema es que durante un largo tiempo hice demasiada gala de ello, y hasta algunas personas llegaron a etiquetarme y guardarme como “Agustín Bipo”, en sus agendas de teléfono.
Quien me conozca, sabe que precisamente, son mis demonios los que me han traído hasta aquí, y también son ellos los que me siguen haciendo tener fuerzas para seguir caminando.
Claro que no me enorgullezco de todo lo que he dicho o hecho. Todo aquel que dice que no se arrepiente de nada en esta vida, sencillamente está mintiendo. Lo que ocurre que a toro pasado, todos nos creemos Manolete.
Dentro de mí existe algo, de que a pesar de haber tratado durante años con tratamiento médico y de muchos otros tipos, me sigue ocurriendo. A veces, pierdo el control, digo cosas que nunca debería haber dicho. Empiezo a crear ciertas fantasías en mi cabeza, y me las creo. Al mismo tiempo, llego a perder un poco el pie con el suelo y la realidad, y sigo dando pasos al frente cuando debería parar.
Cuando llego a ser consciente de lo que ha pasado, la gran mayoría de las veces ya es demasiado tarde como para tener que reparar algunas relaciones, o socavones en el camino.
Por eso también, suelo darle tantas oportunidades a las personas, porque me conozco, y sé de lo que soy capaz de hacer o herir. Así que las disculpo, o las perdono.
Reconozco que a mí me cuesta mucho más darme ese auto-perdón.
Por tanto, entre tantos proyectos comenzados, y tantas palabras dichas y vertidas, (material para varios libros por ejemplo), si es que llego a publicar un primero, debería titularse algo así como:
Soy el ejemplo de lo que NO hay que hacer: herramientas para llevar una vida serena.
Porque lo que en diciembre comencé, como una alegría y revelación a muchas personas que aprecio, en eso de ser el ejemplo de lo que NO hay que hacer, me he vuelto a llevar otra torta con la realidad, habiéndome creído lo que precisamente senté en mis propias bases como un jamás.
Seguiré aprendiendo, seguiré remando.