Pero ya no era ayer, sino mañana.
Entre la línea del olvido y la memoria, entre una frase y una excusa, entre un adiós y un hasta nunca, que nunca fueron un ojalá.
El peso de las decisiones que no tomamos y las oportunidades desperdiciadas son el tema de hoy.
Andrés fue uno de mis mejores amigos, ahí dondequiera que esté, su olvido aún no ha llegado porque es imposible de borrar las huellas que una persona tan entrañable puede dejar en las vidas de los demás.
Para lo bueno y para lo malo.
Era un día nublado y húmedo, lo recuerdo bien. Fui a desayunar una sopa de pescado allí en Huanchaco, junto con Boby. Recibí una llamada de un número que no tenía guardado. Era Andrés.
—¿Qué tal, Agus? ¿Ya te has camelado a alguna argentina?
No estábamos bien, al menos por mi parte en ese momento. Me comentó cosas típicas de Salamanca y de los colegas comunes, y se quejó de que no se encontraba bien de salud, pero sobre todo me dio las gracias por todo lo que hice por él.
Algo no me cuadraba en ese momento, pero no le di más importancia y, aunque me pidió que le llamase, no lo hice.
Una semana después, recibí un WhatsApp de Óscar, un amigo común, para decirme que Andrés había fallecido y, aunque la causa parecía un encharcamiento de pulmones, fue una sobredosis.
Un suicidio, al igual que el 99 % de las sobredosis.
Gracias por decirme que tenía una mierda de cultura musical cada vez que me acompañabas al karaoke.
Te echo de menos, y siento en el alma no haberte llamado.