Eudaimonía: Alineando la voz interior
Llegamos a una edad en la que, cansados de perseguir la felicidad, empezamos por defecto a buscar la satisfacción, la paz y el sentido. Tiene un nombre: eudaimonía.
Para ello, algo muy importante es alinear nuestra voz interior, nuestro subconsciente.
Desde la felicidad podemos adentrarnos en la paz interior mediante la satisfacción.
La felicidad está fuertemente condicionada por lo externo y los picos emocionales; suele ser efímera.
La satisfacción es esa sensación de que nuestra vida avanza en consonancia con nuestros objetivos y valores.
La paz interior es un estado de serenidad que no depende tanto de lo que ocurre, sino de cómo lo integramos. La ausencia de conflicto interno, la gratitud y la autoaceptación son las formas en que se manifiesta.
La satisfacción y la paz son más sostenibles
El placer se desgasta con la repetición y exige continuas estimulaciones.
Existe una curiosa palabra griega, eudaimonía, que para la filosofía aristotélica puede traducirse como bienestar, felicidad o florecimiento humano. Va más allá de la felicidad superficial y tiene mucho que ver con nuestro propósito vital, ya que el bienestar proviene del sentido, no de la intensidad del estímulo.
Tener paz interior implica regulación, y es en esa consonancia con nosotros mismos donde debemos buscar ese alineamiento que nos permita una tranquilidad que amortigüe los distintos altibajos.
Las crisis vitales
He sido y soy una persona con múltiples crisis existenciales, en las que he tenido que reevaluar mis prioridades al replantearme lo que sí es verdaderamente importante en la vida: la salud, el autorrespeto y dar valor a las pérdidas en su justa medida, para así saber que todo tiene principio y final.
La conciencia de la finitud y la comprensión de que nuestro tiempo es limitado aumentan el valor de nuestra serenidad y nos llevan a buscar relaciones sanas y significativas.
La voz interior
Ese diálogo constante, a veces imperceptible, mediante el cual interpretamos la realidad y nos evaluamos, es la herramienta con la que valoramos nuestra percepción del mundo; por ello debe estar debidamente ajustada para que no nos haga perder el contacto con la realidad. Además, suele ser el guion interno que orienta nuestras decisiones.
Es importante que nuestra autoconciencia esté entrenada mediante herramientas como la meditación, observando el flujo de pensamientos. En el plano físico, escribir o llevar un diario puede ser una herramienta muy poderosa para centrar nuestras ideas, emociones y necesidades, ya que actúa como un espejo cognitivo.
Nuestro diálogo interno debe ser compasivo; debe perdonarnos por las distorsiones que a veces tenemos y reemplazarlas por evaluaciones realistas.
El lenguaje amable —sustituyendo las críticas (“soy un desastre”) por validaciones (“estoy aprendiendo”, “hice lo mejor que pude”)— nos ayuda a tener empatía y a preguntarnos qué necesitamos realmente antes de emitir juicios.
Visualizarnos es importante, pero igual de importante es hablarnos con frases presentes, positivas y creíbles, y repetirlas en estados en los que estemos receptivos, en momentos de tranquilidad y meditación.
El ejercicio físico, dormir bien, tomar el sol a diario y respirar correctamente son elementos clave y profundamente importantes para nuestras vidas, lo que nos hará estar en consonancia con nuestra voz y sentido interior.
Obstáculos frecuentes
Existen obstáculos frecuentes que debemos combatir, tales como los sesgos cognitivos —generalización, catastrofismo y sesgo de confirmación—, que alimentan diálogos internos negativos.
La presión social o el ruido digital fomentan un exceso de comparaciones y estímulos que nos distraen de nuestra propia introspección.
Las creencias heredadas o narrativas dominantes pueden chocar con nuestros valores actuales.
Los traumas no resueltos (sí se pueden resolver, pero hablaremos de ello en otra entrada) pueden secuestrar nuestra voz interior con mensajes de miedo, indignidad o ira.
Conclusión
Alinearnos con nuestra voz interior es un proceso continuo, más que un destino, y requiere voluntad, constancia, curiosidad y paciencia con uno mismo. Los pequeños ajustes que vamos realizando se suman hasta conseguir que la serenidad deje de ser un instante aislado para convertirse en un telón de fondo estable.