El viejo gruñón
Este octubre es su mes, y espero que me dé algunos minutos de gloria con una conversación cada vez más escasa. Te quiero.
El viejo gruñón que acostumbraba a dormirse temprano, con una copa de vino, tomate con aceite y sal, y también queso y un poco de salchichón.
El viejo gruñón que se levantaba también temprano para conducir por un mar de curvas y laberintos con sol, lluvia y nieve, un día tuvo un accidente inesperado.
El viejo gruñón que por entonces, casi con gafas de culo de vaso, cayó por un barranco e hizo a pie el precipicio arriba sin un solo rasguño pero con un vidrio quebrado.
El viejo gruñón, que un día me asustó tanto, que me hizo tomar la fea decisión de seguir meandome en mi propio meado.
El viejo gruñón me respetó cuando osé a preferir la enfermedad al remedio, y aunque a su forma, siempre me cuidó, siempre nos cuidó.
El viejo gruñón, que de joven ya era gruñón, no sin dar su brazo a torcer, con determinación, hacía que todos no solo le escucharan, sino que le apoyasen.
El viejo gruñón, nunca me lo puso fácil porque no solía regalar nada. Eso me hizo amarlo y admirarlo.
Y le escribí este intento de canción, al viejo gruñón que conocí en mis primeros años, aquellos años, de los que no me olvido, para que el mismo viejo gruñón se recuerde en estas líneas de que por mucho tiempo, él, sí fue el mejor.
El viejo gruñón aconsejaba que no candase la puerta con las llaves puestas por detrás: siempre dejaré la puerta abierta, para que mis amigos y mi familia me puedan visitar, apostilló una vez, y me grabó a fuego mis defectos.
El viejo gruñón que me alentaba, que suspiraba, que confiaba en mis tantas cosas y en mis azares, y que entendía que cada nuevo día, el sol alumbraba un mundo mejor.
El viejo gruñón al que yo conocí, potestaba una fe, pero me dio tanto a elegir, que me hizo aprender estas palabras un poco primero: tolerancia y respeto.
El viejo gruñón que coleccionaba y colecciona tantas cosas, que los regalos y ofrendas no solo populaban por cientos en su casa, sino también en su cueva.
El viejo gruñón algunos días salía de su cueva en literal, entonaba un discurso sencillo y fausto, y aquel que le escuchaba poco osaba a volver sentirse valeroso para rebatirle.
El viejo gruñón tenía el control, pero un día perdió los papeles y dijo una palabra más alta que otra, y aunque después confundido nos pidió perdón, ya no volvió a ser el mismo viejo gruñón.
El viejo gruñón que me dio los medios y espejo para aprender de la palabra valentía tenía un estante en su biblioteca solo para diccionarios. Uno de Manuel Seco, se hizo su favorito.
El viejo gruñón que sigue leyéndose un libro a diario, y sigue yendo a la biblioteca, nunca se cansará de lo suyo, ser sabio, opinar poco y sentar cátedra.
El viejo gruñón un día patinó solo, otro me hizo que yo lo hiciera, y otro día ya éramos tantos patinando que más que un deporte parecía un salón de la guerra y la batalla.
El viejo gruñón tardó mucho en perdonarse a sí mismo, mas lo hizo.
El viejo gruñón que de loco tiene poco, todo el mundo le amaba porque emanaba tal carisma y determinación, que no fue en vano, que la vida de muchos pudo bien alumbrar.
El viejo gruñón nunca mudó una foto de lugar, en su casa todo permanece intacto al sentimiento del tiempo.
Y a ese viejo gruñón es al que quiero yo.
Tanto el día que más me llueva y no me salga el sol, yo solo voy a querer recordar su voz y escucharlo él, a mi viejo gruñón.
Porque ya comienzo a olvidar sus gruñidos sin ton ni son, sus palabras exactas y sus respuestas nunca traspuestas.
Y a ese viejo gruñón es al que quiero yo.