Capítulo Cinco: el vehículo
Aprovecho la desconexión que regala viajar para publicar otra entrega de mi novela.
La vida da demasiadas vueltas, así que procuro hacer el bien, para que no me la juegue a la vuelta.
Existen personas que titubean diciendo con falsa modestia: no sé porqué pero…
La verdad es que yo sí sé el porqué, simplemente se ha negado, no hay más y no habrá sido por oportunidades. No quiero que conozcáis su nombre, porque ya es demasiado que le esté dedicando estas líneas.
He llegado a un momento de mi vida que ya no necesito explicarme, ni justificarme, ni tampoco por supuesto, retroceder.
La vida pasa ante nuestros ojos, tal como la sal se resbala y se adhiere a las gotitas de agua, mientras sigue su camino, y en un momento determinado se evapora, y de repente, ¡zas! Te hiere y te golpea, como un trozo de hielo macizo con una punta cortante.
Cambia de estado, y tal como la esencia y forma del agua se erige en la naturaleza, existen momentos y situaciones en la que nosotros, las personas influimos en los demás, con actos y palabras, que mejor olvidar, y de la misma forma que el agua no se puede enterrar, hay mensajes que tampoco se olvidan.
Quizás sea una metáfora que fluya hacia la dimensión de la paradoja, donde tristes y en silencio nos va matando, nos va molestando y a veces nos provoca el enfado y la crispación. Hurgando en nuestra ira, pero no es más que eso. Un motivo.
Un motivo para luchar, eso ha sido ella. Pero obviamente, me ha costado sudor y lágrimas, desilusión tras desilusión en la que tonto de mí quise agradar, quise sentir el orgullo de alguien que no ha sido más que un vehículo.
Mi tía, muy devota como todas las hermanas de su congregación, tiene una muy interesante capa de sabiduría y que siempre nos demuestra a mí y a mis hermanas.
Nunca hemos escuchado la palabra huérfanos en nuestra casa y hogar, en cambio nos duele el oído de tantas veces que otras personas nos han querido robar información que no tenemos, y así es como fruto de esa improvisación, las malas palabras se multiplican.
El chisme no es algo con lo que hayamos convivido en mi casa, por suerte. Bueno pues como os estaba contando, mi queridísima tita, sabe tanto de ciencia como de la fe que la inspira.
Ella afirma que todos somos hermanos, nos guste o no, porque todos tenemos sangre y ADN en nuestro cuerpo, que no viene a ser más que una suma.
Una base es una suma, y nosotros que siempre hemos trasteado con la informática, y con la tecnología, sabemos de sobra que una base de datos es simplemente una operación de suma.
¿Entonces es posible que todos seamos hermanos, que todos provengamos de la misma manzana podrida, hecha en el lecho del pecado?
Sí, claro que sí. Hace ya más de una década que leía en El País Materia, sobre los experimentos de bioinformática e ingeniería biológica, donde se almacenaba información en nuestro ADN.
Al escribir estas líneas, el avance que ha realizado la ciencia en los últimos años, es colosal, y esos experimentos son ya una realidad práctica, donde sus aplicaciones no dejan de multiplicarse.
Es por ello que nuestra cultura se basa sobre anclajes llamados constructos, en los que las verdades son esas máximas en las que todo el mundo está de acuerdo. La moralidad y ciertas partes de la justicia, no son más que ideas.
Para mí, una madre, no es más que un vehículo, así que te recomiendo que no le busques otro significado si su amor te ha faltado.
Si tengo un recuerdo de amargura de mi infancia, es cuando mi padre nos llevó a los Juegos Olímpicos de Barcelona, aunque fue increíble, algo grandioso se viese por donde se viese. Para poder nublar su disgusto, aquel mismo año nos montó en el AVE, el tren de alta velocidad que hoy puebla las ciudades de nuestro bello país.
Entonces, y durante bastante tiempo sólo comunicaba a Sevilla con Madrid.
En retrospectiva, y analizándolo de adulto, fue acertada la idea de comenzar por Andalucía. Dejé hace ya mucho de visionar la televisión, los políticos no saben más que cualquier catedrático del bar de la esquina, pero no podemos echarle la culpa de todo, porque cuando se hace algo bien, se cuelgan la medallita, como si ellos hubieran puesto las vías una a una, sudando de sol a sol, con un bocadillo de tortilla envuelto en papel de aluminio.
Pues no, no son ellos. Somos todos en suma y menos mal, que afortunadamente nuestra cultura, es la cultura del bar. Todos contribuimos al desarrollo y al futuro de nuestras regiones, porque somos un país demasiado rico, no tendremos petróleo, pero tenemos el castellano y nuestra historia, y eso es algo inalcanzable para el resto de la humanidad.
Somos tierra de conquistadores, y esa mañana soleada, en el Cuatro Latas francés de mi padre, tras una parada de madrugada, llegábamos por primera vez a Cataluña.
Mis hermanas tenían el hábito de copiarse una a la otra, imitarse para lo bueno como para lo malo, y en ese trayecto también querían su medalla, y la obtuvieron. Para disgusto tanto del pobre de mi padre, como el mío.
La sirena de la ambulancia, se oía no muy lejos, pero no nos alertó, por estar donde estábamos. El trasiego de personas, así como el ruido y la preocupación de los rostros era la tónica.
Dos guardias con bigote, y traje oscuro nos miraban de reojo. Era la primera vez que estábamos en un hospital.
Carmen era la que peor se encontraba, mareada y con las manos agarradas a sus ojos.
- ¿Vuestra madre dónde está?
- No tenemos, pero mi padre hace por más de dos.
Nos miró de derecha a izquierda, y luego de abajo a arriba, mientras poco a poco su rostro, iba dulcificando su expresión.
- ¡Disculpa! He venido todo el camino conduciendo y no he estado pendiente de lo que estaban haciendo.
Dijo, mientras ponían a Carmen en un pequeño taburete, y la oftalmóloga empezó a escarnearle los ojos.
- Queríamos ver cuánta energía nos transmitía el sol, ya que la tita M nos dice que la energía, ni se crea ni se destruye, se transmite.
Sentenció Marga, haciendo gala de su habitual gran inteligencia.
Nos volvimos al día siguiente, mi padre perdió el dinero de la reserva del hotel, y desde entonces se le quedó una mueca en su rostro, que sólo ponía cuando alguien le hinchaba demasiado los cojones.
No dijimos palabra en todo el trayecto de Barcelona a Madrid mientras en la radio se escuchaba:
Ayer se encendió la tan gloriosa antorcha olímpica en nuestro país, la soprano Montserrat Caballé fue la encargada de darle voz a nuestra ceremonia de inauguración. Recordemos que tan solo hace cuatro añitos grabó la canción, Barcelona, junto con el tristemente difunto, Freddie Mercury, hoy una leyenda de todos nosotros.
Los tenores Josep Carreras, Plácido Domingo y Alfredo Kraus acomodaron en el escenario a nuestra diva, en una noche donde una literal lluvia de estrellas recorrió nuestra ciudad, terminando en una exquisita representación del Hércules mitológico, por el reconocido grupo La Fura dels Baus.
En un volantazo se apagó la radio, que aún no sé si fue fruto del ánimo de nuestro padre, o si simplemente u una casual conjunción de nuestros viales con nuestro preciado Renault 4L.